Movilidad en Finlandia
NIÑOS, LAGOS, SILENCIO, LIBROS Y SALMÓN
¿Cómo se mide lo bien o lo mal que funciona un país?
Las comparaciones siempre son odiosas, siempre se tiende a desprestigiar lo propio y a ensalzar lo ajeno, o viceversa, según le convenga al orador. Pero lo cierto es que hay factores determinantes que a un observador avispado le hacen darse cuenta de muchas cosas.
Cuando llegas a un país y comienzas a escuchar hablar de “la cultura de la confianza”, de que el país funciona bien porque, básicamente, la gente que lo puebla hace las cosas bien sin necesidad de ser evaluada o inspeccionada, se siente que el país funciona. Finlandia, donde gracias al programa Erasmus+, he tenido la inmensa fortuna de pasar siete días intentando entresacar cosas buenas del llamado mejor sistema educativo del mundo, es uno de esos países.
Finlandia es un país muy bonito. Los países nórdicos tienen una gran ventaja a la hora de ser catalogados como bonitos o feos, y es que son verdes, tienen bosques, lagos y hay agua en abundancia. Para un español, viajar a un país así, crea un sentimiento similar al que debieron de sentir los musulmanes que vinieron del desierto del norte de África a España e hicieron del agua su forma de vida y su forma de ocio. El agua es la felicidad, y ahora que escasea, nos estamos dando cuenta de ello. Las hectáreas y hectáreas de bosques y lagos otorgan a Finlandia una calma y un atractivo especial para aquellos de nosotros que valoramos lo verde como algo valioso y a preservar.
Finlandia es un país silencioso. Dejar atrás el bullicioso aeropuerto de Málaga con sus turistas británicos y alemanes de vacaciones, aterrizar en Helsinki y que el silencio se apropie de la situación es un cambio bastante radical. Casi daba miedo ir tirando de la maleta por el ruido que hacían las ruedas en el suelo.
Finlandia es un país educado y limpio. La gente te saluda con respeto, se aparta de tu camino, te hace la vida fácil en esas cosas sencillas del día a día y que tan pronto se olvidan en algunas partes. Las calles, las cafeterías, los baños y los hoteles están impolutos. Otro factor determinante de los que hablaba al principio, se puede beber agua del 98% de los lagos finlandeses. Y cuando digo beber del lago, me refiero a agacharse, llenarse las manos de agua, llevárselas a la boca y beber. He visto a niños de preescolar y de primaria hacerlo bajo la atenta supervisión de sus profesores. Poder beber agua de un lago natural también es algo que lo dice todo del país en el que se está. He tenido la oportunidad, junto a otras nueve personas de habitar en ese entorno y he intentado no ir de paso, sino habitar el lugar en la medida de lo posible. A partir de aquí mi experiencia Erasmus+.
Llegué a Helsinki un domingo por la tarde. Hacía un frío fino, tan fino que era capaz de atravesar las capas de ropa y casi los poros de la piel para meterse dentro de uno y hacerlo tiritar. La clase de frío húmedo que cala. Esa misma tarde ya recorrí el centro de la ciudad casi en su totalidad con las orejas congeladas. Es una ciudad relativamente pequeña, con los típicos monumentos destacables en toda capital de país (catedrales, parlamentos, puertos y plazas) pero también con una arquitectura civil que no desmerece de lo anterior. No sólo se ha cuidado lo importante, también lo intrascendente, lo meramente útil. Los bloques de pisos tienen diseños estilosos, los centros comerciales no resultan genéricos a la vista, los Burger King están diseñados con mimo. El diseño nórdico, ese que IKEA ha puesto tan de moda, pero que ya estaba ahí desde mucho antes, se pone de manifiesto desde el primer momento.
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La primera toma de contacto con los compañeros, a los que no conocía previamente, fue muy bien, delante de una cena a base de hamburguesas. Uno de los grandes atractivos de hacer un Erasmus+ es conocer otra gente y otros puntos de vista. En este caso íbamos diez personas de varios puntos de España, así que la transferencia de información y de opiniones ha sido una constante y una parte importante de la movilidad. Ese día no dio tiempo a mucho más. Visto el centro de Helsinki muy por encima, tocaba dormir porque al día siguiente íbamos a la universidad.
El lunes amaneció soleado, como todos los días del viaje, y un poco menos frío que el día anterior. La temperatura fue subiendo paulatinamente y los últimos días casi sobraba el chaquetón… casi. Teníamos una reunión-charla con profesores de la universidad de Helsinki, el lugar no estaba demasiado lejos del hotel, así que, después de desayunar, caminamos hasta allí. Entrar en el edificio de la universidad fue el primer contacto con el sistema educativo finlandés. Espacios amplísimos, silencio absoluto, clases de robótica bien equipadas, aulas de educación infantil de fantasía y una sala de reuniones, que era nuestro destino final, donde nos esperaban tres profesores de universidad. La charla fue muy informativa, se nos informó de los aspectos generales del sistema educativo finlandés y pudimos empezar a apreciar los primeros cambios importantes y chocantes con respecto a España. En Finlandia no existen las inspecciones educativas. ¿Recordáis? Cultura de la confianza. En Finlandia hacen falta dos mil profesores de primaria y secundaria. En Finlandia la educación es gratis incluyendo la universidad. En las zonas rurales aisladas los niños pueden ser educados en casa por sus padres hasta cierta edad… Dos horas de reunión, intercambio de contactos, fotos y vuelta rápida al hotel a por las maletas para estar en la estación de tren lo antes posible.
Porque esa tarde íbamos a viajar a nuestro lugar de residencia durante los siguientes tres días, una ciudad de grafía impronunciable Jyväskylä (pronunciado Juváskula).
Aquí hay que hacer un inciso para decir que Finlandia es un país caro. El alojamiento es caro, el transporte es caro y la comida es cara. Siempre se puede ir a hoteles baratos y comer en restaurantes de comida rápida, pero lo ideal es intentar mezclar eso con algún buen restaurante finlandés donde se ponga de manifiesto la gastronomía real del país. Aunque supongo que eso depende de la economía de cada uno.
El viaje en tren de Helsinki a Jyväskylä dura tres horas y media y te pone en contacto con la Finlandia rural. La secuencia es más o menos la siguiente: granja, lago, bosque, lago, lago, bosque, granja, casa aislada en mitad de la nada, lago, bosque, pueblo de casas muy diseminadas, lago… Es un país casi igual de grande que España, pero con sólo ocho millones de habitantes, de los cuales casi un millón viven en el área metropolitana de Helsinki. El resto del país se siente vacío y silencioso.
Jyväskylä es una rareza. Es una ciudad plenamente funcional con todos los servicios que se esperan de una ciudad moderna pero situada en mitad de miles de hectáreas cuadradas de naturaleza. Esos contrastes se dejan sentir, a la sensación familiar de urbanismo, ajetreo y tráfico se superpone la de las colinas y lagos plenamente visibles desde cualquier punto de la ciudad. Nunca he estado en Alaska, pero la sensación tiene que ser muy similar. En Jyväskylä tocaba dormir en una casa alquilada. Todos juntos y dejando atrás las manías y rarezas de cada uno en favor de la convivencia. Otro plus del Erasmus+.
Los tres días en Jyväskylä fueron muy buenos, el tiempo siguió acompañando y nuestras visitas a la escuela se convirtieron en la rutina. Levantarse a las 7, taxi y a la escuela a hacer un job-shadowing de cómo es el proceso de enseñanza-aprendizaje allí.
No voy a entrar en profundidad en lo diferente que son las cosas allí porque haría falta un post mucho más extenso que éste, pero sí me detendré un poco en lo esencial.
Hasta que entran en secundaria los niños no tienen que aprender nada forzosamente. De hecho, el currículo y las leyes del gobierno se pueden resumir en apenas dos folios de información con algunas directivas muy generales en cuanto a bilingüismo, motricidad, exploración del medio, etc. La responsable de preescolar del centro nos dejó claro que, sin dejar de seguir esas directivas, lo que van buscando es, fundamentalmente, una cosa: crear una rutina para que los niños se sientan seguros y felices. Mientras tanto, pasean por los bosques, beben agua del lago que hay junto a la escuela, exploran, se pegan con palos unos a otros, se caen, se levantan, duermen la siesta y se comen el almuerzo. En preescolar y primaria, la escuela no se siente una escuela en absoluto, se siente como un lugar en el que los niños viven una parte de su vida. Aquí vuelve a entrar en juego la cultura de la confianza, el último responsable de la educación es el equipo directivo de cada centro porque como dije antes no hay inspecciones educativas.
En primaria los profesores comienzan a intercalar el inglés en las clases de manera muy orgánica. Casi todos los profesores de primaria hablan inglés de manera fluida y tocan dos instrumentos musicales, lo cual nos lleva a la importancia de la música en las clases. De media, una de cada tres clases es en el aula de música, donde se trabajan los ritmos, la voz, la conexión sonido-motricidad, etc. Había ukeleles y tambores para todos los alumnos, además de pianos y micrófonos. No es hasta que entran en secundaria que comienzan a dividir el tiempo en asignaturas.
Todas las tardes en Jyväskylä fueron tardes libres donde pudimos explorar la ciudad y el modo de vida finlandés, lo que incluyó sauna y jacuzzi exterior. La sauna es algo religioso para los finlandeses, la usan dos o tres veces por semana al final del día, cuando ya se acaba la jornada y no hace falta energía para nada más, porque lo cierto es que al salir de la sauna el cuerpo no está para muchos trotes. Las reuniones de negocios importantes se llevan a cabo en saunas y las familias se reúnen en saunas en vacaciones para estrechar lazos. Muchas casas particulares tienen saunas propias y, en definitiva, no es algo turístico u opcional en la vida finlandesa, sino una costumbre plenamente integrada y funcional.
Dejamos Jyväskylä y la escuela atrás con bastante tristeza, porque todo el equipo educativo nos trató muy amable y atentamente. Nos despedimos también de nuestra casera, que nos proporcionó todo lo necesario para que la estancia fuese perfecta, incluyendo una barbacoa y carbón. También cocinamos las que posiblemente hayan sido las mejores tortillas de patatas que se hayan cocinado en Finlandia en la historia de la humanidad. Desde la cocina de la casa se apreciaba perfectamente la luminosidad de una noche a esas latitudes casi a las una de la madrugada.
De vuelta a Helsinki ya sólo nos quedaba una actividad el viernes, una visita a una incubadora de empresas. Algunas de las empresas que albergaban nos dieron algunas charlas sobre aplicaciones informáticas enfocadas a la educación, entre ellas una aplicación para simular resultados empresariales y otra para formar al profesorado en Inteligencia Artificial, ese monstruo que está aquí ya y que va a hacer que los docentes nos tengamos que replantear gran parte de nuestras metodologías. Un gran contacto si alguno de nuestros alumnos tiene alguna idea y decide emprender en el extranjero.
La temperatura seguía en aumento y las dieciocho horas de sol al día hacían complicado dormir. Recomiendo fervientemente a todo el que viaje a Finlandia por estas fechas que se lleve un antifaz. Como suele suceder en todos los países nórdicos, el concepto de persiana no existe y los rayos del sol comienzan a entrar en la habitación a las tres de la mañana. De hecho, no oscurece del todo en ningún momento y las noches son un crepúsculo eterno hasta que la luz vuelve a aumentar a unas horas en las que en latitudes más al sur estamos acostumbrados a estar en el quinto sueño.
Ya con todas las actividades del Erasmus+ finalizadas, me quedaban casi dos días completos para explorar la ciudad con tranquilidad. Y aquí hay que empezar hablando de la biblioteca de Helsinki. Es un edificio de nueva construcción de tres plantas con un diseño espectacular, donde no sólo se va a alquilar y soltar libros, se va a estar allí, a habitarlo. Además de libros, revistas, juegos, ordenadores, playgrounds para niños, impresoras 3D y otro montón de servicios que seguro me estoy dejando atrás, hay dos cafeterías. El café y los libros mezclan particularmente bien, pero es que café, libros y sofás para dormir la siesta entre lectura y lectura es una mezcla todavía mejor. Y eso es lo que los finlandeses hacen allí, de la misma forma que los niños no van a la escuela, sino que viven en ella, los finlandeses viven en la biblioteca toda la tarde entre siestas, o entre cafés, o entre lecturas. Hay una zona especial para niños pequeños que estaba llena y, paradójicamente, es uno de los pocos lugares del país donde el silencio no es el rey, porque hay niños explorando, riendo y llorando. Estuve allí casi cinco horas hojeando libros en finlandés y en inglés, bebiendo café y sí, durmiendo un ratito, y fue uno de los mejores momentos de toda la movilidad. Otro inciso de la vida finlandesa, en todos los lugares interiores, incluidas la biblioteca y la escuela, hay que entrar descalzo o con zapatillas de andar por casa, los zapatos se dejan en la puerta. Algo que cobra especial sentido cuando uno se da cuenta de que durante siete u ocho meses al año el exterior está nevado y embarrado. Hice bastantes fotos de la biblioteca, pero ninguna le hace justicia, en Internet hay fotos magníficas si alguien está interesado.
Antes del final del día también subí a un ferry que me llevo a la isla de Suomenlinna, donde hay un antiguo fuerte ruso que se remonta a cuando Finlandia se la disputaban Suecia y Rusia. La isla, cercana a Helsinki, es espectacular, las estructuras del fuerte siguen allí medio derruidas, hay tumbas de héroes de guerra finlandeses y viviendas particulares que se mezclan aquí y allá con el paisaje, con los turistas y con la vegetación. Estando allí paseando entre patios traseros de casas y cañones de artillería se antoja difícil pensar en un lugar mejor para vivir.
También tuve tiempo de explorar ya más detenidamente la gastronomía del país. Encontramos un bar con buffet libre de gastronomía típicamente finlandesa a base de salmón, arenques, pasta y estofado de reno al que tengo que volver en el futuro. Creo que en mi vida he comido más salmón cocinado de más formas diferentes en una misma comida. Es un restaurante con una estética de bar de marineros o balleneros del siglo XIX situado en un bajo pequeñito y lleno de rincones donde se puede comer de manera muy privada si se quiere. Un auténtico descubrimiento.
El último día di una última vuelta envuelto en la expectación que suscitaba el festival de Eurovisión (¡por poco ganan!), visité la catedral ortodoxa, anduve alrededor de la luterana y pasé mucho tiempo sentado en bancos con la mirada un poco perdida. Me despedí de manera tranquila de una ciudad y de un país al que de una forma u otra volveré.
Volviendo a mi pregunta inicial ¿Cómo se mide lo bien o lo mal que funciona un país? Pues se mide viendo el nivel de educación de sus habitantes si los aislamos del sistema educativo. Se mide por su civismo, se mide por las infraestructuras y fondos dedicados a la cultura y a la lectura. Se mide por la importancia que le dan a la música y a cosas aparentemente prescindibles. Finlandia es un país rico, mucho más rico que España en renta per capita, muchas de las cosas que allí existen es imposible implementarlas aquí por falta de fondos. Pero la mentalidad no se implementa, el gusto por la cultura no se implementa, todo eso se educa, y no se educa necesariamente en la escuela, se educa en general, se educa en las familias, se educa siempre, no sólo de 8 a 2. Por todo esto, la experiencia Erasmus es tan importante, no sólo permite analizar el sistema educativo de otros lugares, sino también su forma de vivir. Es una experiencia que bien aprovechada deja muchos beneficios tanto en la persona como, de forma más intangible pero igualmente importante, en la institución en la que esa persona trabaja y en sus alumnos.
Lo bien o mal que funcione un país depende de cada individuo, y eso es lo que hay que trabajar, con más fondos o con menos, con más éxito o con menos, pero sin perder de vista que poco a poco, aprendiendo de lo que funciona fuera y adaptándolo a nuestra idiosincrasia, las cosas irán cambiando a mejor. Sólo hace falta querer mejorar, lo demás es accesorio.
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