Movilidad erasmus profesorado en Atenas

Atenas es caos, pero caos controlado. Atenas son capas de historia literalmente superpuestas unas a otras, pero superpuestas de manera caótica.

 

No es de extrañar que, en la ciudad de Sócrates y Platón, a uno le dé por filosofar de esa forma tan enrevesada caminando despacio por sus parques y barrios. Después de veinticuatro horas allí ya se me habían metido dentro tres cosas. El caos, la tranquilidad y la historia que, metafórica y literalmente, subyace aquí a cada paso que se da. Caos, porque en comparación con una ciudad del norte de Europa, Atenas es un infierno de gente, ruido, gritos, peatones que cruzan por cualquier lugar y coches, pero es que incluso en comparación con una ciudad del sur de Europa como pueden ser Sevilla o Málaga, Atenas tiene un puntito más de locura. Tranquilidad porque hay lugares en los que ese frenesí desaparece e historia en construcción por todo lo siguiente:

 

Aterricé en Atenas y me recibió una huelga de metro y autobuses que hizo extremadamente difícil llegar al hotel, eso, unido a que el aeropuerto está a una hora y cuarto en autobús del centro de la ciudad dio como resultado que llegase al hotel pasadas las ocho de la noche. El autobús repleto de gente, la humedad y el calor me dieron una bienvenida sudorosa a una de las pocas ciudades que ya existían cuando no existía casi nada más.

Movilidad en Atenas

 

En Atenas se habla poco inglés, y yo hablo poco (ningún) griego, así que la primera comunicación con el recepcionista del hotel fue, mitad por gestos, mitad escribiendo en un papel el número de la habitación y la hora del desayuno. De ahí a dormir transcurrió muy poquito tiempo. Dieciséis horas de viaje demandaban descanso inmediato.

Al día siguiente tenía la reunión con el contacto griego a las seis de la tarde, lo que me dejaba todo el día libre, así que a las siete de la mañana estaba de pie tomando un desayuno inmenso (dos tostadas, dos croissants, dos bollitos con jamón york y queso, un huevo duro, una manzana, un zumo de sabor indefinido y un café no demasiado bueno). Puede parecer mucho, pero mi experiencia viajera me ha enseñado a que viajando hay que comer más de lo normal porque al final del día te das cuenta de que has caminado más de diez kilómetros y de que tienes hambre. Terminé de comer, compré una botella de agua pequeña (en Grecia las botellas de agua pequeñas valen 50 céntimos y las grandes 1 euro en todas partes) y me dirigí caminando muy despacio a Plaza Syntagma.

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Esa plaza, epicentro europeo de las protestas de los indignados hace ya más de diez años, está dominada por el parlamento y la tumba al soldado desconocido, con su cambio de guardia cada hora en punto.  Y junto al parlamento hay un parque inmenso. Los parques grandes dentro de las ciudades me gustan muchísimo porque son capaces de aislarte de la ciudad de una forma casi mágica, se acaba el ruido, se acaba el trasiego de gente y allí dentro todo va más despacio. No sé durante cuánto tiempo paseé por el parque, pero casi seguro que buena parte de esos diez kilómetros totales de los que hablaba antes. Y allí es donde comenzó el pensamiento que creo que va a vertebrar este texto, el pensamiento de que Atenas es una ciudad sin acabar, pero lo que es más importante, el pensamiento de que creo que lleva siendo así desde que fue fundada y seguirá siendo así siempre, porque en sus cimientos yace ese cambio y esa transformación. En el parque, viendo columnas jónicas y corintias derribadas y semienterradas en el suelo, algunas incluso sirviendo de improvisado asiento para viajeros como yo, y también observando a la misma vez a operarios y albañiles trabajando en mil obras y reparaciones, es donde llegó la epifanía de que esta ciudad vive en un proceso constante de mejora y refundación.

 

Y lo que vi después confirmó esa sensación. Hay mil cosas que ver en Atenas, pero en el centro de la ciudad, a modo de faro, está la Acrópolis, y al cabo de la jornada la mirada del viajero se posa, innumerables veces, y casi sin querer sobre la cima de esa colina, y como los pies siempre siguen a la mirada, hacia allí me encaminé con la intención de no subir ese día, sino el día siguiente. Ese día simplemente quería rodear y observar desde abajo esa inmensa mole de piedra, así que me adentré en las faldas de la Acrópolis, donde descansa un barrio que se llama Plaka y que resulta que es lo que queda de la Atenas antigua, de esa Atenas en la que caminaron, discutieron y murieron esos grandes filósofos que todos conocemos. Plaka es nuevo sobre viejo, debajo de Plaka hay un ágora romana, otra griega, los restos de una biblioteca romana, e innumerables ruinas, pero encima de eso los griegos han construido, mejorado, reformado, pintado, cambiado y modificado todo lo mejorable, reformable, pintable, cambiable y modificable, siendo muy conscientes de que debajo de todos esos cambios está la estructura y la cuna de todas las sociedades y democracias modernas. Todas esas mejoras se han hecho sin orden ni concierto. Hay casas completamente reformadas junto a otras destartaladas o directamente en ruinas. Algunas de las reformadas son apartamentos turísticos vacíos y, paradójicamente, algunas de las ruinosas están habitadas por griegos. Nada sigue un patrón en Plaka, con la excepción de que esta ciudad no para de renovarse y cambiar sin dejar de ser la misma. Hay tiendas de souvenirs chabacanos para turistas mezcladas con restaurantes muy pequeños y auténticos. Hay restaurantes construidos para que el turista que viene esperando ver lo que las películas y series le han enseñado que es Grecia, no salga defraudado. Hay tiendas de artesanía con el artesano dentro y tiendas de artesanía con artículos hechos en China. Plaka, al igual que el resto de la ciudad, no tiene reglas, no tiene lógica y no tiene ni orden ni concierto. Hay calles preciosas que terminan abruptamente obligando al viajero a dar la vuelta y hay calles en un estado lamentable que no acaban nunca. Por esas calles caminó Sócrates y polemizó Platón. Con todo lo que han cambiado después, eso se sigue sintiendo, eso sigue allí. Y por eso mi día turístico, antes de volver al hotel para comenzar mi día laboral terminó con un café doble junto a la biblioteca de Adriano, mirando a la Acrópolis e intentando poner en orden en mi cabeza una ciudad desordenada que quiere seguir siéndolo y que cambiará lo que tenga que cambiar para seguir siendo la misma.

 

La entrevista con nuestro contacto de erasmus en Grecia fue de maravilla, es una persona muy amable y que habla muy lentamente, como si cada palabra que dijese la pensase muchísimo. Hablamos de qué tipo de alumnado podríamos enviar allí, hablamos de las diferencias entre los sistemas educativos español y griego, hablamos de empresas y de diferentes tipos de estudiantes y cuando nos cansamos de hablar nos dio hambre, y obviamente, me dejé aconsejar a la hora de elegir lugar para comer. Comimos en un restaurante cercano, calamares, tabulé, ensalada de espinacas, cerdo en salsa, pan de pita con cordero y yogur con dulces de postre. Para los que se estén pensando ir, en casi todos los restaurantes el menú está en caracteres cirílicos, pero también en inglés. La comida griega está muy rica, la compañía y la conversación durante la cena fue excepcional y volví al hotel más que satisfecho y muy cansado después de mi primer día.

Amaneció el segundo día amenazando lluvia, para los que nos gusta que llueva, el día se planteaba muy bonito. Ducha rápida, ropa, calzado, otro desayuno para cuatro personas que, de nuevo, me comí yo solo y a caminar, esta vez sí, hacia la Acrópolis. Tenía en mente no detenerme en ninguna otra parte, pero claro… es Atenas, hay una columna de 2500 años de antigüedad en casi cada esquina. Y caminando con decisión hacia la Acrópolis, se cruzó en mi camino el templo de Zeus Olímpico, cuyas impresionantes columnas te llenan el ojo de tal manera que dejas de ver el resto de la ciudad y casi dejas de escuchar el tranvía y los coches que están esperando que el semáforo cambie a verde. Ese es el efecto que una columna de más de dos milenios tiene en el viajero ávido de contemplar historia antigua. Además, la predicción meteorológica amenazaba tormenta, así que decidí entrar en las ruinas del templo con la secreta esperanza de que el antiguo dios del rayo provocase truenos y relámpagos mientras yo estaba allí.

No tronó, no se iluminó el cielo, pero poder contemplar ruinas antiquísimas casi en soledad (ventajas de viajar en febrero) con un cielo nublado y un clima ventoso no tiene precio. Estuve allí casi dos horas, y si no hubiera sido por la llamada de la Acrópolis, allí seguiría ahora mismo. Así que proseguí mi camino, ya casi siempre cuesta arriba hasta entrar en el recinto que preside toda Atenas.

 

Hay que dejar una cosa clara desde ya, la Acrópolis es bellísima, es un monumento que hay que visitar sí o sí en una vida. Y hay que visitarlo con más tiempo del que yo tenía disponible, yo sólo pude estar allí cuatro o cinco horas, pero las disfruté y las aproveché. Ir ascendiendo poco a poco mientras ves en piedra cosas y conceptos que has estudiado de manera abstracta en las asignaturas de filosofía e historia es una experiencia única que recomiendo sin dudarlo a todo el mundo. Porque no sólo es la Acrópolis, es un templo de Dionisos más viejo aún que el propio Partenón, son los restos de antiguas calles que discurrían entre casas, baños, herrerías, canterías, tiendas y templos. Es ver cómo aquello es, e imaginarse cómo era, y entre esas dos cosas, no sé con cuál quedarme.

La lenta ascensión me llevó, como no, a la cima, al Partenón, el templo dedicado a Atenea, a Atenas, a la diosa de la sabiduría, y no decepciona, quizás por haber estado sometido a tanta belleza desde abajo, el Partenón no supone una gran diferencia una vez se llega a la cima, pero sin duda es un monumento impresionante. Desde allí arriba y con semejante templo delante de las narices, quizás se soslaya el otro gran monumento que desde allí se vislumbra, y es que Atenas se despliega en toda su majestuosidad alrededor de la colina de la Acrópolis. Desde allí arriba, y se mire donde se mire sólo se ve ciudad hasta el horizonte, Atenas es extensísima, quizás no es de las ciudades más grandes o pobladas del mundo, pero desde allí arriba da la impresión de que llega al fin del mundo por lo cuatro puntos cardinales. Y comenzó a llover, y se levantó un viento espectacular, y todo eso hubiera sido perfecto allí arriba si no fuese porque me llegó un aviso de que había overbooking en mi vuelo de vuelta, en definitiva, volví al mundo real de manera abrupta, después de dos o tres horas expuesto a un síndrome de Stendhal constante. Viajar tiene esas cosas, imprevistos, problemas y overbookings, pero es un peaje que pago encantado si la preocupación por dichas cosas me sobreviene en la cima de Atenas.

Esa misma tarde visité la empresa de estética donde nuestra alumna está realizando sus prácticas ahora mismo, su dueño, un empresario/actor/muy buen cocinero nos obsequió a nuestro contacto en Grecia y a mí con una tarta de manzana recién salida del horno cuya receta ya tengo a buen recaudo. Hablamos de idiomas, de cine, de teatro, de las islas griegas que no visitan los turistas, del perfil de alumnado que suele ir de prácticas y del perfil de alumnado en prácticas que generalmente buscan las empresas griegas, además de otras muchas cosas. Bebí café griego y a eso de medianoche regresé al hotel para poder dormir cuatro horas escasas. La posibilidad de overbooking me hizo estar en el aeropuerto a las 5 de la mañana. Conseguí mi billete y regresé a Madrid dormitando en el avión y de Madrid a Sevilla dormitando en el AVE, previo almuerzo en Atocha.

 

Atenas para mí, por ahora, es historia, calles torcidas, especias para aliñar el queso feta, café junto a ruinas romanas y griegas, buena comida, buena conversación, piedras con solera, batiburrillo, mescolanza y capas superpuestas. Creo que volví con la sensación de que los griegos, a lo largo de la historia, han sabido mezclar muy bien lo nuevo con lo viejo, han creado una identidad basada en la no-identidad, basada en construir sobre lo viejo y en mezclarse con los demás. Y creo que eso es bueno… tan bueno que tendré que ir a verlo otra vez en el futuro.